dimarts, 30 de desembre del 2014

4. El dragón chino de Chinatown - Cuentos para Guewen

Este relato surgió cuando estaba en el barrio chino de Paris, un día 2 de febrero, días en los que se celebra el año nuevo chino. Estaba comiendo en un restaurante vietnamita cuando empezaron a aparecer personas disfrazadas de perros chinos de colores chillones y de pronto me vi inmersa en un espectáculo de año nuevo que no esperaba y del que guardo un recuerdo muy especial.

¡A leer se ha dicho!

El dragón chino de Chinatown

Cuenta la leyenda que el dragón Qi-Leng vivía en el norte de china y era el encargado crear las nieblas que ayudaban a los pueblerinos de la zona a escapar de los cuchillos de sus enemigos como también de disiparlas cuando alguien no encontraba el camino a casa. Sin embargo, Qi-Leng era joven y propenso al aburrimiento. Envidiaba el trabajo de otros dragones mayores que él, que producían tormentas gigantescas y cascadas altísimas y bellas. Él quería hacer algo más que crear y disipar vapor, pero había nacido solo con esas dos capacidades, así que se entrenenía confundiendo a los hombres y mujeres que venían del bosque creando formas espectrales con el agua condensada. Pronto los dragones más sabios notaron sus travesuras y decidieron que lo mejor que podía hacer Qi-Leng era trasladarse a la zona más sureña del continente, donde los humanos no podían ser estorbados y no había más distracción que algunos campos brillantes y salvajes que ocupaban millas de terreno. Qi-Leng se enfureció y arrasó quilómetros del nuevo lugar donde le habían destinado. Antes de que pudieran echarrlo de China, Qi-Leng se marchó cruzando el enorme oceáno azul que ningún dragón había sobrevolado. Durante meses voló sin fuerzas ni esperanza alguna de encontrar tierra firme, pero siendo immortal, incapaz de morir. Hasta que un día de invierno de un año indefinido, divisó en la distancia una isla en la que ningún dragón reinaba. Unos cuantos humanos estaban creando algo precioso, una ciudad de piedra y cimiento llamada Nueva York. Observó a los humanos con recelo, pensando que había encontrado nuevos pueblerinos chinos que le echarían. Pero nadie parecía advertir su presencia, ni siquiera los que provenían de su tierra natal. Qi-Leng se dió cuenta de que en los años que había pasado en el mar, los humanos que creían en los dioses dragones se habían extinguido y que por consiguiente, él no existía en su cultura. Al principio una sensación de desazón se apoderó de su cuerpo escamado, pero otra mucho más fuerte se abrió paso entre sus venas de dragón: la libertad. Era, por fin, libre de hacer lo que quisiera con la niebla porque ningún otro dragón estaría ahí para reprocharselo. Pensó, regodeándose, que quizá esos humanos no conocerían jamás su nombre. Pero conocerían su esencia en forma de niebla.

Un estallido se oyó y todos los niños y niñas que rodeaban a la anciana se levantaron corriendo entre chillidos.

- ¡Nico! ¡Lo has vuelto a hacer!

Nico se acercó a la pólvora que quedaba del petardo, recogió el material explosivo y se levantó riendo como lo que era. Un niño entusiasmado.

- Tenía la sensación que la historia se estaba volviendo aburrida y necesitaba un poco de, ya sabéis,-dijo alzando las cejas- chispa.

Varios pequeños se rieron de él y otros tantos le miraron despectivamente.

-No es cualquier historia, -prosiguió la mujer anciana Li Mei. Todos volvieron a sentarse esperando la continuación. Nico la miró molesto por haberle arrebatado su momento de protagonismo - es una parte de la historia de nuestra cultura.

-¿Es verdad que son capaces de camuflarse? ¿Cómo un gusano de seda? -murmuró una voz infantil.

- Los reyes dragones chinos eran los gobernantes del agua en movimiento, como el mar, las cascadas y los ríos. Por eso podían convertir su cuerpo en diminutas gotas de manera que su transparencia les permetía camuflarse.

-Yo he oído que pueden hacerse tan grandes como el universo.-dijo otra.

La anciana abrió la boca para contestar, pero Nico la interrumpió antes de que pudiera decir nada.

-Tonterías. Si todos los dragones que se supone que existen pudieran hacerse tan grandes como el universo, no caberían todos juntos. Y además, si se podían camuflar, ¿porqué Qi-Leng no se disimulaba con el paisaje para evitar las broncas de los dragones viejos? ¿No existen, entonces, dragones del fuego, los volcanes y el calor?

-Los dragones son seres del agua, no del fuego - le contestó una niña con voz de sabionda.

-¿Sabéis qué? -dijo Nico ignorándola- Yo creo que Qi-Leng no existió, porque si nadie sabía que estaba en Nueva York, ¿cómo lo sabemos nosotros ahora?

Un niño rompió a llorar y algunos de los demás contenieron el aire mientras Nico hablaba. Él miró triunfante a Li Mei, pero ella solo le sonreía.

-Muy buena pregunta, Nico. Supongo que no todos se habían olvidado de Qi-Leng y hubo alguien una vez que tuvo el corazón abierto a toda creencia que pudo verle merodeando por el Barrio Chino.

-¿Y porqué yo no le he visto nunca?

-Quizá porque no crees que puedas hacerlo -argumentó ella.

Nico parpadeó varias veces, confuso. Se sentó en el círculo alrededor de Li Mei, con los ojos bien abiertos. Si se podía ver un dragón en Nueva York, él iba a ser el primero.

diumenge, 14 de desembre del 2014

Pocas veces donde nos dirigimos: escribir es descubrir

Quizá el camino es largo, o no: quizá no hay camino. Pero, ¿hay alguien que sabe dónde va? ¿Hay alguien que sepa que le espera al final? ¿Es una puerta, un marco? ¿Es un callejón sin salida? ¿Tienes que ir descalza o con zapatos especiales? ¿Necesitas alas para volar y para soñar? ¿Se necesita ilusión para hacer magia? ¿Hay alguien que te abre la puerta o en tu corazón hay la llave? Y la llave, ¿pesa? ¿Pesa tanto en el corazón como la decepción, el remordimiento y la tristeza? ¿Es de oro, hierro o latón? ¿Es una habitación o un espacio abierto? ¿Es oscura? ¿Es lila? ¿Es del color de los objetivos logrados? ¿Es París o Nueva York? ¿Es, siquiera, un camino?

dimecres, 10 de desembre del 2014

8. Los creadores de sueños - Cuentos para Guewen

El ejercicio de esta semana era colocar un personaje de otra historia en un escrito: mi elección fue Zafiro, de Bitteblue, mi libro favorito. Y sin querer lo convertí en uno de los cuentos que debía hacer.

¡A leer se ha dicho!

Los creadores de sueños.

¿Cuál es la diferencia entre una piedra preciosa y una simple roca?

Su rareza. Su escasez. Su pureza y singularidad. Su dureza, su brillo y su perfección. Su belleza.
Solo hay tres tipos de piedras preciosas en el mundo además del diamante. Solo tres más de los millones de rocas en la faz de la tierra. Y por esa razón son tan preciadas, y tan únicas. Son la esmeralda, el rubí y el zafiro. Y son la materia de la que están hechos los sueños.

◊◊◊

Rubí yacía estirada en el tejado de alguna casa, disfrutando del frío y del tiritar de su cuerpo. Su cabellera rojo brillante creaba un halo escarlata que enmarcaba su rostro, y sus ojos, como dos rubíes, miraban fijos al cielo. Estaba esperando a su hermano, pero la paciencia nunca había sido su punto fuerte. Resopló y contó interiormente. Uno, dos, tres... Pero contar no la tranquilizó, al contrario. Se levantó maldiciendo y frunció el ceño oteando el horizonte. Esmeralda no tardaría en llegar, estaba segura; pero Zaf seguro que se demoraría a propósito con tal de hacerla enfadar. Abrió y cerró los puños, sintiéndose impotente, y dejó que su mirada recorriera aquel paisaje blanco que la había acompañado durante días, por culpa de la tormenta de nieve y la maldita leyenda de Jack Escarcha.

El valle se imponía sobre la aldea, amenazando con hacerla desaparecer. Todo estaba cubierto por un manto blanco, como un papel vacío, y las nubes tapaban el paisaje más allá del valle. Las casas estaban cerradas y las luces apagadas, porque en esa época hacía tanto frío que la gente temía que sus sombras se congelaran. No se oía ni un pájaro e incluso al viento le daba pereza hacerse oír y resfriarse. En ese instante el pueblo parecía vacío, fantasma: pero un ruido interrumpió el gran silencio que dormía sobre él. Las campanas de medianoche.

- Zaf está llegando tarde, ¿verdad? – preguntó una voz fina al sonar la primera campanada.

Rubí asintió y con un movimiento de mano creó un torbellino de polvo rojo que lanzó hacia Esmeralda.

- Y no creas que tú eres la puntualidad en persona – dijo con sorna mientras veía a su hermana pelearse en vano con el polvo.

- ¡Rubí! ¡No quiero tus pesadillas! Quizá no he llegado con un gran margen de tiempo, pero estoy aquí, ¿no? – protestó recriminándola con sus ojos verdes.

Ella se limitó a exclamar un indignado ¡ja! y a sacarle la lengua, cuando vio el familiar destello púrpura de los ojos de su hermano. 

- ¿Ya hablabais mal de mí? – preguntó Zaf alzando una ceja.

- ¡Tú! – exclamó señalándole la pelirroja – Vuelve a llegar tarde y te juro que provocaré pesadillas a todos los niños de la aldea. 
Él se encogió de hombros y negó con la cabeza.

- Sabes que eso no es posible, Rubí. Los sueños los decido yo. 

- Está bien, está bien... – intervino Esmeralda dejando a Rubí con la palabra en la boca - ¿Y si en lugar de discutir empezamos?

La pelirroja asesinó con la mirada a su hermano y maldijo por segunda vez en escasos minutos. Se dirigió al borde del tejado y volvió a mirar el pueblo. Cerró los ojos y dejó que las partículas rojas se desprendieran de sus manos y crearan estelas hacia todos los habitantes de la aldea. 

- ¿Qué has preparado para hoy, Zaf? – preguntó Esmeralda mientras movía sus manos de manera semejante a Rubí. Pronto el polvo verde salió de entre sus dedos y se entremezcló con el rojo.

- Tay va soñar con su madre, Guewen con aquel libro que encontró en el bar y Ariel con el aprobado de matemáticas y su libertad. Mario va a tener una pesadilla: hoy las nubes lo engullirán y caerá como gotas de agua.

- ¿No más pesadillas? – preguntó con voz lastimera Rubí. Miró de reojo a su hermano y vio como esbozaba una media sonrisa.

- Tengo alguna idea interesante.

Y así, cuando las campanas ya habían dejado de sonar, Zaf les explicó los sueños a sus hermanas, y ellas los crearon, de verde y rojo. Esmeralda creaba las fantasías, Rubí las pesadillas y Zafiro imaginaba nuevos escenarios para sus soñadores. No le molestaba crear pesadillas, ya que sabía que eran necesarias para apreciar los buenos sueños. Y sonreía, porque sabía que a pesar de la impuntualidad de Zafiro y de sus diferencias con Esmeralda, los tres juntos conseguían hacer materiales los sueños de las personas, y alejarlos de la realidad: sabía que los tres juntos eran la materia de la que están hechos los sueños.



Personaje de otra historia – Zafiro, de Bitterblue, cuya gracia es otorgar sueños.

Con cariño, Maraya

dimecres, 3 de desembre del 2014

11. Ladrón del tiempo - Cuentos para Guewen

Hace una semana se propuso un ejercicio concreto en la clase de escritura. Consistía en escribir cada uno una canción que creyésemos adecuada en un trozo de hoja y repartirlas aleatoriamente entre todos; para la semana siguiente cada uno debía traer un escrito relacionado con la canción.
Para mí personalmente, la canción me ha ayudado a escribir uno de los cuentos a medio empezar que tenía, pero realmente no me ha inspirado demasiado. La canción en sí está bien, y la letra me gusta, pero supongo que no me he sentido identificada en muchos aspectos y han hecho que disminuyese mi interés por ella. Además, no sabía cómo enfocar el escrito.
Aún así, el ejercicio me ha gustado mucho y ha habido resultados muy interesantes. (Y el que es fruto de mi canción me ha gustado mucho y me ha sorprendido gratamente)
La canción es Young Blood - Birdy.

Young blood.

We're only young and naive still 
We require certain skills 
The mood it changes like the wind 
Hard to control when it begins 

The bittersweet between my teeth 
Trying to find the in-betweens 
Fall back in love eventually 
Yeah yeah yeah yeah 

Can't help myself but count the flaws 
Claw my way out through these walls 
One temporary escape 
Feel it start to permeate 

We lie beneath the stars at night 
Our hands gripping each other tight 
You keep my secrets hope to die 
Promises, swear them to the sky 

The bittersweet between my teeth 
Trying to find the in-betweens 
Fall back in love eventually 
Yeah yeah yeah yeah 

As it withers 
Brittle it shakes 
Can you whisper 
As it crumbles and breaks 
As you shiver 
Count up all your mistakes 
Pair of forgivers 
Let go before it's too late 

Can you whisper 
Can you whisper 

The bittersweet between my teeth 
Trying to find the in-betweens 
Fall back in love eventually 
Yeah yeah yeah yeah 
The bittersweet between my teeth 
Trying to find the in-betweens 
Fall back in love eventually 
Yeah yeah yeah yeah



¡A leer se ha dicho!

Aviso: algo no muy parecido a lo que se me ha pedido.

- ¿Perdona? - preguntaste con incredulidad - ¿Qué has dicho?

- He dicho que a qué se dedica… - respondió ella con voz trémula y cada vez más baja.
Y tú te quedaste inmóvil, con esa incredulidad pintada en tu rostro, ya que ignorabas que ese tipo de preguntas tan directas se hicieran en aquella época, (aunque debo recriminarte tu falta de interés por ella). Y la chica desviaba la mirada y se empequeñecía bajo tus ojos acusatorios, como si el tiempo la estuviese aplastando. Irónico, ¿no?

Aun así, dejaste de lado su “atrevimiento” y, dispuesto a robarle su tiempo, te fijaste en su rostro, y en su juventud. Pero algo te frenó.

Su rostro era joven, demasiado, y estaba marcado por la adolescencia. Su cuerpo aún de niña perdía la carrera a su personalidad, con el humor siempre cambiante y la testarudez dibujada en su ceño, con la obstinada convicción de que siempre tenía la razón y la ceguera ante asuntos ajenos a ella. Quizá sus rodillas tenían cicatrices de las caídas del pasado, o quizá algunas aún tiernas de caídas más dolorosas, aquellas que no son físicas, aquellas que muchas veces hieren el corazón. O la cabeza. Aunque ella no viese la diferencia. Su mirada era esquiva, de ojos demasiado pintados, pero vivos y alegres, aunque creyese lo contrario. Aunque en ese mismo instante quisiera desaparecer y esconderse tras el denso silencio que se había formado. Eso te hizo sonreír.

Y por esa razón, por la inocencia que desprendía, – con la frente bien alta pero los labios temblorosos, intentando, en vano, aparentar seguridad –, por todo lo que sabías que vendría en su vida, lo que ya habías visto millones de veces, – crecería, cambiaría, se acabaría enamorando, quizá más de una vez, quizá no para siempre, pero al final tu llegarías y te llevarías su tiempo –, y porque dentro de muchos años querrías volver y escuchar su voz aguda, – joven, adolescente –, no le robaste su tiempo. Quisiste dejar que viviese, o que muriese, pero que le diera tiempo a hacerlo. Así que lo único que lograste decir, después de darte cuenta de que habías sido capaz de contenerte, fue lo que ella quería escuchar.

- Yo soy Guewen, el ladrón del tiempo.



Con cariño, Maraya

diumenge, 30 de novembre del 2014

La Flor - Alexander Pushkin

Hace un tiempo, en el primer curso de escritura que hize, me propusieron hacer un escrito a partir de las sensaciones que me transmitía un poema. El poema en cuestión era La Flor, de Alexander Pushkin, y recuerdo que a pesar de que todos mis compañeros habían hecho el escrito a partir del mismo poema, todos eran muy diferentes.


La Flor
Una flor que el tiempo marchitara
veo en un libro olvidada todavía;
y de una ensoñación extraña
de súbito se colma el alma mía:

¿Dónde? ¿Cuándo floreció? ¿Cuál primavera?
¿Larga vida tuvo? ¿Fue cortada
por mano conocida o mano ajena?
¿Y luego para qué fue aquí guardada?

¿Es un recuerdo de inefable cita
o de algún adiós fatal y frío,
o de un paseo en solitaria cuita
por campos de silencio y bosque umbrío?

¿Y vive él? ¿Y ella viva está?
¿Dónde estará la sombra de su amor?
¿O también se han apagado ya
igual que esta misteriosa flor?


La Flor

En una tarde de otoño, un día 25, la llevé al campo. Ella sonreía, sus ojos vivos me miraban con cariño. Cogió la flor que le tendía y se la acercó al rostro, oliendo su aroma. Cerró los ojos un momento y la cogí por la cintura, para poder sentir el calor de su cuerpo entre mis dedos. Ella dijo: “Huele a primavera” y solo el sonido de su voz me provocó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Esperé a que su mirada volviese a verme, echando de menos el increíble amarillo que rodeaba sus pupilas. Paseó la flor naranja por mis mejillas, haciéndome cosquillas. “¿Te gusta?” le pregunté. Y por respuesta me besó en los labios, sin despegar de ella esa hermosa sonrisa que parecía permanente en su boca. Yo le devolví el beso y salió corriendo por la llanura, para después pararse en el único árbol que adornaba el prado. Corrí detrás de ella y al atraparla nos caímos los dos. Rodamos por la colina, que manchó el blanco de su vestido y lo tiñó de un verde divertido, alegre, idéntico a su persona. “Mi padre me matará” exclamó divertida. Yo enarqué una ceja y la envolví en mis brazos, apretándola quizás más de lo que debería. “Quiero que siempre estés a mi lado” susurró. 

Allí me quedé para siempre. No hubo ni un solo día que no tuviese un pensamiento para ella. Vivimos juntos, y la flor naranja se quedó colgada en la pared, volviéndose marrón sin perder su esplendor. Cada día ella la olía y afirmaba que su olor era el mismo que la primera vez, aunque ambos supiésemos que no era cierto. Incluso cuando sabíamos que nos quedaba poco tiempo siempre tenía un poco para detenerse delante de la pequeña margarita que adornaba la casa. El día antes de su partida, estaba leyendo apoyada en mi pecho, más delgada que la primera vez, más débil que la primera vez, pero con la misma alegría que la primera vez. Pasó las manos por el libro viejo que estaba leyendo, el que tenía las páginas amarillentas de tanto usarlo. Yo solía decirle que no era necesario que se leyese la misma historia mil veces, pero ella sacaba la lengua y continuaba leyendo. Pero esta vez no leía, solo tocaba las letras. Esta vez no pasaba las páginas a la velocidad de la luz, las disfrutaba. Esta vez no quería volver a saber el final, solo quería vivir el momento. Porque en esos instantes, aunque no lo supiéramos, solo nos quedaban momentos. Sospecho que ella en realidad lo sabía y que por esa razón me pidió ese favor. “Por favor…Cuando yo no esté... ¿Podrías...¿Podrías colocar la flor en este libro? Lo harás, ¿verdad? ¿Me lo prometes?” Yo me levanté enfadado, gritándole que no tenía ningún derecho a decirme aquello, que no podía marcharse y dejarme solo. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No lo soporté, le dije que lo sentía y la abracé. Pero el daño ya estaba hecho, ambos lo sabíamos. Fue la primera y última discusión que tuvimos, porque el tiempo no nos dejó discutir más. Lo que ahora daría porque solo pudiese tener una discusión con ella. Recuerdo como ya en su lecho de muerte se lo prometí, llorando, a cambio de que volviese a abrir sus ojos. La zarandeé hasta que los médicos me obligaron a soltarla, pero solo podía pensar en que nunca más vería la mirada amarilla que llenaba mi vida. 

Al día siguiente puse la flor en el libro, en la misma página por el cual se había quedado abierto antes de irnos precipitadamente. Porque ella no estaba viva, pero él sí. Y supe que debía hacerlo. Escondí el libro en la biblioteca del pueblo, porque no quería saber nada que guardase relación con ella. Me mudé, y deseé tanto olvidar todo que acabé por hacerlo. Me olvidé de los momentos vividos, de las caricias, las palabras, los olores, los lugares y el tiempo que había compartido con ella. Olvidé el hecho de haberla amado, de haberla tenido entre mis brazos, de la flor que yacía perdida entre las páginas de un libro que ya ni recordaba el título. 

Fui a Rusia. Como no recordaba nada, pero mi corazón aún pertenecía a ella, no comprendía que no lograse enamorarme. Lo intenté, conocí a muchas personas diferentes que probablemente me hubiesen gustado de no tener la sensación que ninguna era la que yo buscaba. Porque no lo sabía, pero la que buscaba ya no existía. Pasaron los años. Mi extraña amnesia no desapareció y los médicos no entendían la sensación que mi mente albergaba. Como no la entendían, para ellos no existía. Pero yo la tenía presente, tanto que a veces me dejaba llevar por esta sensación e iba a bibliotecas buscando un libro que, en cuanto me preguntaban cual era, no sabía responder. Tanto que todas las flores naranjas me llenaban los ojos de lágrimas. Tanto que al ver cualquier persona de ojos amarillos experimentaba un dejà-vu. 

Esta sensación me llevó a mi pueblo de infancia. Me llevó a la biblioteca donde escondí el libro. Nadie lo había encontrado y yo, siendo el único que sabía dónde estaba, lo hice. Vi la flor, en la página 25 y la olí. Juro que sentí el mismo aroma que la primera vez.



Maraya

dijous, 20 de novembre del 2014

Tay ¿Cómo empezó todo? Segunda parte


Todo había empezado como una broma. Ese día estaba inusualmente feliz por un motivo que ya había olvidado. Las hojas de la libreta roja llena de bocetos pasaban al son de sus dedos. El papel que crujía y las puntas amarillentas le daban un aspecto frágil, a pesar de tener una treintena de años. Tay se dirigió a la taquilla y al levantar la mirada vio a Guewen concentrado en abrir la suya. 

Intentó ignorarle inútilmente, ya que pocas veces había coincidido con alguien tanto rato y no sabía cómo actuar. La Tay etérea no reía a carcajada limpia como solía hacer todas las veces que intentaba entablar conversación con alguien, sino que, comprobó con sorpresa, estaba curiosa. 

El hecho de que una parte de ella sintiera curiosidad por alguien la impactó tanto que por un momento no sintió vergüenza ni timidez. Por un momento se sintió valiente.

- Hola, Guewen.

Enterró la nariz en su libreta y se fue con rapidez hacia la clase. Notaba la adrenalina recorrerle las venas y respiró profundamente, como si lo hubiera hecho por primera vez. 

Se sentía fuerte, capaz de todo. 

Ese sentimiento no le duró por todo el día, pero lo tenía guardado en el fondo de su memoria. A veces jugaba con él, sentía retazos de la emoción. Se inmiscuía tanto que olvidaba el mundo, se aislaba de las voces y las caras de todos para centrarse en algo que ella disfrutaba. Entonces alguien la interrumpió.

- Hola Tay.

Se sintió descubierta. No podía evitar pensar que Guewen había oído su monólogo interior y notó como le subía el color en las mejillas.

- Hola Guewen.

Hasta ese momento Tay nunca había esperado que nadie la saludara con tanto entusiasmo.



El chico no era muy alto y caminaba siempre con parsimonia, como si el mundo estuviese obligado a esperarlo y él no debiera esforzarse por alcanzarle. No habían compartido muchas palabras. De hecho, Tay dudaba de haber intercambiado algo más que un hola. 

Caminó hasta ella sin mirarle a los ojos, con los hombros hundidos y la mochila gris en una mano. Se dejó caer en la silla y la clase retomó su ritmo habitual, pero el corazón de Tay retumbaba desbocado en su pecho. Guewen esparció sus cosas por la mesa y adoptó una postura holgada. Se giró de golpe y descubrió a Tay mirándolo, pero no apartó la mirada. Él sonrió y fijó sus ojos en los de ella. 

- Hola, Tay. 

El interior de ella estaba en guerra entre la Tay que sentía miedo a sus propias sensaciones y la que se reía de ella entre los barrotes de su mente, pero que el misterio del chico atraía. 

- Hola, Guewen. 

Y a partir de ese momento, aunque no lo supiera, cada día esperaría las clases de Biología con ansias y se convertiría en su asignatura preferida.

ハイ
Con cariño, Maraya

dimecres, 19 de novembre del 2014

Tay ¿Cómo empezó todo? Primera parte

Tay y Guewen 

Tay
Intentaba mantener los ojos abiertos y fingir que le importaba la clase, pero sus párpados caían con la gravedad sin que ella pudiese evitarlo. 
Odiaba la Biología. Le parecía una materia insulsa y carente de interés, una distracción de lo que realmente quería hacer en la vida. El problema es que no sabía que haría de mayor. Le había dado vueltas y más vueltas, había aceptado consejos de toda clase de gente que creían saber lo adecuado para ella. Pero estaba segura de una cosa: no sería bióloga.
Sin embargo, ahí seguía, soportando los discursos interminables de la profesora al borde de la muerte. 
Resopló con aburrimiento. Apoyó la cabeza en su puño y miró entrecerrando los ojos toda la clase. Las paredes blancas la asfixiaban y la gente en los pupitres delante de ella había adquirido la curiosa costumbre de hablar por los codos y reír sin razón, cosa que crispaba los nervios de Tay.
Agradecía que la mesa contigua a la suya siguiera igual de vacía que el primer día. Había momentos, raras veces, en los que un rastro de soledad se instalaba en su piel, tan tenue y ligero que casi podía ignorarlo. En esos instantes apoyaba la frente en la mesa y dejaba que las palabras del profesor entraran en su cerebro y se marcharan sin haberlas logrado retener.
Pensar en eso la llenaba de una extraña sensación que se podría haber catalogado como tristeza. Sin embargo, lo notaba como si no le sucediese a ella. Su cuerpo estaba dividido en dos partes, la persona a la que todo el mundo hablaba y la persona que hablaba con ella misma. No pensaban igual, pero compartían los sentidos y el cuerpo, y a menudo la segunda se desentendía de la primera porque las sensaciones no las vivía como algo personal.
Tay se había esforzado por reprimir su yo más débil.
La primera Tay cerró los ojos preguntándose si no debería estar loca. La segunda Tay le obligó a abrirlos y le confirmó que lo estaba. 

- Guewen, siéntate en el pupitre que está junto a Tay. 

Sus oídos no procesaron la frase hasta que veinte pares de ojos curiosos se dirigieron hacia ella. Guewen recogía los libros lentamente impacientando a la profesora. Y también a ella. ¿Por qué tenía que sentarse a su lado? ¿Qué había hecho mal ella? Por un momento sus dos mitades miraron con los mismos ojos y sintieron con la misma fuerza los nervios correr en su sangre. Entonces recordó porque estaba tan intranquila.


Con cariño, Maraya

dimarts, 18 de novembre del 2014

3. Mo - Cuentos para Guewen

Este cuento - a pesar de que yo lo consideraría escena - es fruto de un sueño, unos deberes y una confusión. El personaje principal, Mo, sale de un sueño; en el curso de escritura que hago me pidieron una escena hecha en una biblioteca y pensando en esta escena se me cruzaron los cables y pensé que la biblioteca de Avatar: La leyenda de Aang era la biblioteca destruída de Alejandría. Terrible confusión que dio luz a este cuento.
Mo sigue apareciéndose en mis historias después de este cuento. Es fruto de un sueño que tuve en el que se me presentó exactamente como es y con este nombre, así que no lo cambie. En la historia que aparece después, ha crecido, pero sigue siendo la misma chica.
¡A leer se ha dicho!

Mo
La sangre brotaba de su dedo despacio, con la lentitud de las gotas de aceite. Se lo miró con curiosidad a pesar de que todo estaba oscuro. Sangrar, algo nuevo para ella. La puerta que había abierto era de madera maciza, oscura, barnizada hace años. Una astilla se le había clavado en el dedo cuando intentó forzar la entrada y el dolor la había apartado por unos momentos de la increíble vista que tenía delante. Hileras e hileras de estanterías repletas de libros hasta el techo, cinco metros más arriba. Todo sería invisible para ella si no hubiese convivido con esa oscuridad durante años. Una ráfaga de viento le produjo un escalofrío.

Saber que estaba a metros bajo tierra, y el desierto la rodeaba, no la tranquilizaba. Con delicadeza sus pies se movieron. Se apresuró y empezó a correr, presa del pánico, por pasillos sinuosos, infinitos, cárceles de libros. Paró en seco y volvió a notar la brisa suave por sus brazos desnudos. No notaba el frío. Su temperatura corporal era la misma que la de la biblioteca, la misma desde hacía dieciséis años. Sin embargo esta vez, se le erizó la piel. Había percibido un leve cambio de temperatura entre el aire en movimiento y el ambiente. Sabía que no era posible, ya que había comprobado que en todas las estancias sentía el mismo calor inexistente. ¿Podrían ser imaginaciones suyas? No había podido evitar percatarse de las semejanzas entre lo que había observado y la respiración de una persona. Se obligó a no ponerse nerviosa. Aun así, sentía que algo la observaba, que no estaba sola entre los muros de aquel lugar. Que la muerte la esperaba en las profundidades de la tierra.


Alargó el brazo hacia la estantería más cercana que tenía. Pasó sus largos y finos dedos por encima de los títulos de libros prohibidos, privados para ella. Al fin había conseguido atravesar las paredes de aquella sala que la había intrigado desde que podía recordar. Descifraría los secretos que la biblioteca le escondía, comprendería el porqué de su confinamiento. Sus dedos se posaron en un minúsculo libro de tapas negras repleto de polvo. Su interior saltó con alegría. Parecía que el libro y ella se reencontrasen, sin haberse encontrado por primera vez. Cerró su mano alrededor del pequeño tomo, y buscó en la portada algo que le ayudara a entender que había dentro. Nunca había tocado un libro, pero sabía leer. Nunca había conversado con nadie, pero sabía hablar. 

-Mío.

Las palabras aparecieron solas de su boca. Porque el libro era suyo, ahora lo comprendía. Porque quizás nunca lo había visto, ni había oído hablar de él, pero en lo recóndito de su mente lo reconocía, y no quería volverlo a dejar nunca.

Le provocaba una sensación agradable, cálida, que una vez experimentada no quería dejar de sentirla. Esbozó una media sonrisa, tapada un poco por su rebelde cabello rubio, que jamás había peinado. Cerró sus ojos y pasó la yema de sus dedos entre las hojas. Se lo acercó a la nariz sin mirarlo todavía, disfrutando de las sensaciones que el viejo libro despertaba en ella. Olía a pergamino viejo, polvo, antigüedad, años de cautiverio. Olía a ella, esperanza mezclada con resignación, miedo con un poco de valentía. 

Finalmente abrió los ojos. Las letras estaban escritas a mano. Eran estilizadas, de tinta negra, con un toque de informalidad. Pasó páginas y descubrió que solo había un párrafo escrito. Volvió a fijarse en la portada, pero no había nada que indicase su procedencia. Leyó tan solo la primera frase.

“La sangre brotaba de su dedo pausadamente, con la lentitud de la gotas de aceite. Corrió entre los pasillos de libros y paró en seco delante de una estantería. Pasó los dedos por los tomos de los libros prohibidos. Cogió el libro que le pertenecía, el que siempre había sido suyo. Esbozó una sonrisa tapada por mechones del pelo rubio alborotado. Abrió las páginas del libro, y detrás suyo Él pronunció su nombre.”

-Mo. – Sintió como se le helaba la sangre en las venas. No podía ser que la hubiese encontrado, no tan pronto. No podía ser que después de todos sus esfuerzos, volviese a la vida de esclavitud que llevaba. Necesitaba saber cómo era el sol, verlo, tal vez de nuevo. No cabía en su mente que hubiese nacido allí. Giró lentamente, el libro resbaló de sus manos. El golpe sordo que produjo al caerse al suelo la asustó, pero no tanto como notar la mirada gélida de Él en ella. Él sonrió de lado, glacial. Mo notó otra ráfaga de viento cálido antes de cerrar los ojos. Gritó, pero nunca jamás la oyó nadie.

Con cariño, Maraya

divendres, 14 de novembre del 2014

My favourite faded fantasy


Damien Rice es un cantante irlandés que no había lanzado un álbum desde hace ocho años. Sus canciones sencillas y diferentes me ayudaron en muchos aspectos, y una de ellas es Delicate, mi canción favorita. Ahora ha vuelto, con un CD llamado My favourite faded fantasy y me ha hecho empezar el día alegremente, como los días de lluvia, como los buenos libros.
Una joya encontrada por casualidad después de tanto tiempo. Ojalá estuviese en concierto en Barcelona, pero si lo hay, aún no existen fechas.


¡Si queréis escuchar el nuevo álbum, haced click aquí!

dimarts, 11 de novembre del 2014

Hablando con mis personajes

Locuras varias. No tomar muy en serio.
¡A leer se ha dicho!

- Cuando uno nace, el nombre es la única realidad a la que puede aferrarse. Cuando uno nace no es bueno ni malo, inteligente o ágil. Cuando uno nace solo es – Trad está sentado junto a mi observando a Briana perseguir a Gaisras en el prado –. Por eso es importante un nombre, porque hay veces que no tienes nada más y tienes que vivir solo con una palabra. Así que sí, me molestó un poco no tener nombre al principio.
- Pero Trad, no tenía sentido que sin haber despertado nunca tuvieses nombre.

Trad es el nombre de el árbol que otorga deseos en el mundo de Briana


Briana me mira con ojos acusadores.
- Siempre matas a los protagonistas.
No puedo reprocharle nada porque sé que tiene razón, solo suspiro y me encojo de hombros.
- Tú no has muerto.
- Sigo preguntándome el porqué.
- Supongo que eres uno de los pocos personajes que han cobrado vida. Supongo que en ti me veo a mi misma.
Briana se queda pensativa, mirando a un punto fijo en el horizonte.
- Quieres decir que somos la misma persona.
- No - me apresuro a corregir-. Tú ya eres un personaje diferente a mí, ya eres alguien con una personalidad definida, tu vida y tus gustos. Pero hubo un momento que quise ser tú, un momento que desee que mi vida fuese escrita como la tuya y supiese el final. Ahora ya no, ahora solo espero poder acabar tu historia.
- No quieras ser alguien que no eres. Trad, Jamie, Peter, Tessa, Giles, Jenn, Tay, Guewen, Scarlett, John, Trevor, Gaisras y yo ya estamos dentro de ti. Solo... Solo estamos un poco escondidos, y tienes que buscarnos.


Esto me supuso pensar dónde se esconderían mis personajes cuando yo no los escribía, y cuanta importancia tiene un nombre en el caso de que no lo tengas. ¿Importaría la longitud? ¿La cantidad de vocales? ¿El sonido?

Maraya

dilluns, 3 de novembre del 2014

Bitterblue

Hace poco me reencontré con un libro que había empezado pero que la situación en la que me encontraba y la gran cantidad de cosas que tenía por hacer me habían impedido continuarlo. Decidí reemprender su lectura ya que tenía como objetivo acabar mi larga lista de libros pendientes, empezando por los prestados - como este.


La larga lista sigue siendo larga, pero tiene un título menos. Y supongo que fue precisamente el momento de leerlo, porque me dejé sorprender por él y saboreé cada palabra como si leyese por primera vez. Encontré en sus páginas inspiración, para el día a día y para escribir - que aunque no lo parezca, lo estoy haciendo, solo que no he continuado los cuentos del blog - y sus palabras me hicieron enormemente feliz y optimista. Mi compañera de pupitre aún cree que estoy un poco ida desde que me pasé una clase entera de historia leyendo sin que me molestaran las conversaciones de los demás y las explicaciones de la profesora.
El libro en cuestión es Bitterblue, la tercera parte de Graceling, escrita por Kristin Cashore. Quiero aclarar antes que nada que no es una tercera parte convencional. La primera entrgea, Graceling, está protagonizada por Katsa, la segunda por Fuego y la tercera por Bitterblue. Bitterblue se sitúa ocho años después de Graceling, y Fire es anterior a ambas. Graceling es una joya que encontré por casualidad, hecho que la hace aún más preciada para mí; Fire fue la esperanza de que las buenas historias no habían acabado; pero Bitterblue fue el libro que me sacó del pozo de negatividad en el que me había hundido.
Porque para mí Bitterblue tiene ese punto de locura que ansío en un personaje. Un punto que la hace actuar de manera espontánea e irracional, humana. Me he encontrado a mí misma en ella, he visto las preocupaciones que alguna vez he tenido y la fuerza de voluntad que hemos necesitado tanto Bitterblue como yo para salir adelante después de una pérdida terrible: la pérdida de nuestra  madre.

Kristin Cashore se ha ganado todo mi afecto después de este libro, de esta saga. Le voy a estar eternamente agradecida por ayudarme a salir adelante y ver que al final del pozo hay un lugar donde agarrarse y dejarse tocar por la luz del sol.

Maraya

dissabte, 11 d’octubre del 2014

2. Sueños, Tercera Parte - Cuentos para Guewen

Creo que partir este cuento en más partes es un abuso, así que publicaré el resto directamente en esta. Así tendré que buscarme la vida para escribir otro nuevo, pero el miércoles que viene empiezo el curso de escritura y espero que se vea reflejado en la no continuidad de mis publicaciones.
Ya lo dejo ya... ¡A leer se ha dicho!

Sueños, Tercera Parte (y última)


El chico asintió y se quedó en silencio. Ashlynn se colocó la máscara y se miró en el reflejo de las copas de oro y plata. No le tapaba ni la mitad de la cara, y aún así se la reconocía. El chico no hizo ademán de irse ni de moverse, pero tampoco parecía muy cómodo. Ashlynn, por su parte, quería alejarse de allí cuanto antes, porque no le gustaba conocer a los invitados de su padre. Impaciente, se dio media vuelta, pero una mano la cogió por la muñeca impidiéndole la huida.

- ¿Cómo se llama?- su voz le resultó extrañamente familiar, como si fuera un antiguo conocido que no veía desde hacía mucho, como si fuese alguien que había olvidado.

- Ashlynn Nuée. ¿Y usted?

- Dunkel Rui – la orquestra empezó a tocar una melodía agradable, melodiosa, y la gente empezó a bailar en el medio del salón -. ¿Me concede este baile? –dijo Dunkel tendiéndole la mano.

Ashlynn no sabía cómo librarse de Dunkel. Era descortés rechazar una petición de un invitado de su padre, y si al menos fuese viejo y arrugado tendría alguna excusa. De mala gana, aceptó cogiéndole la mano.
Dunkel la llevó hasta el centro de la pista y con la mano libre le cogió la cintura. Los criados encendieron las antorchas, que dieron un aire fantasmagórico y naranja a la sala. Ashlynn maldijo a su profesora de baile, porque no podía fingir no saber bailar y pisarle los pies “por accidente”. Debía reconocer que Dunkel sabía dónde poner los pies, pero no era mejor compañía que ninguno de los demás invitados. La mano que tenía en su hombro estaba tensa y rígida, y la que le cogía la mano estaba allí solo porque él no la dejaba ir. Cuando vio a su padre entrar por las puertas dobles del comedor murmuró una sencilla disculpa y corrió hasta estar enfrente del rey.

- ¡Papá! ¿Empieza ya el banquete?- el gran hombre rió y su barba blanca tembló.

- ¡Ashlynn! ¿Qué son estas maneras? Correr entre los asistentes, con el pelo revoloteando por ahí…-el rey le pasó una mano por la cabeza, alborotándole el cabello - Ahora empieza. Un poco de paciencia.

Ashlynn hizo una mueca y fue a sentarse a la gran mesa. Tenía que esperar a que todos se sentaran para que empezara la cena. Estaba aburrida girando los cubiertos cuando alguien se colocó a su lado. Un chico de ojos verdes y una máscara blanca.

- ¿Qué…? –Ashlynn se irguió en su silla y carraspeó –Perdón por mis modales, pero ¿qué hace usted aquí?

- Soy invitado de honor. ¿Y usted?- dijo con una media sonrisa. Esto enfureció a Ashlynn, así que contestó con orgullo y desdén.

- Soy la hija del rey.

- ¿De veras? Así que pronto seréis reina…-dijo susurrando y pensativo. Se giró hacia la puerta, acabando la conversación.

Pero Ashlynn había oído perfectamente las últimas palabras de Dunkel y le agarró el brazo con fuerza.

- Repite eso.

- ¿El que, señorita Nuée? – otra ráfaga de reconocimiento sacudió a Ashlynn. Le resultaba tan familiar su voz… como ¿un sueño?

- ¿Por qué dices que seré reina pronto?

- Oh, ¿no es ese el motivo de la celebración? Si no es así, lamento mi error, pero tenía entendido…

El golpe de la mano de Ashlynn al estrellarse contra la mesa interrumpió a Dunkel, que, sin perder la sonrisa, se llevó su vaso a los labios.
Ashlynn tomaba consciencia de que su vida se le escapaba de las manos, que su niñez estaría muerta de aquí unas horas, y no le gustó nada. Apartó la silla asustando a los invitados que tenía cerca y cogió a Dunkel por la camisa.

- Dile a mi padre -dijo gravemente y con rabia -, que yo jamás seré reina. Jamás.

Dejó a Dunkel con la sonrisa en la cara y corrió por los pasillos de piedra, ahora vacíos, hasta su habitación. Se estiró en la cama y lloró contra el cojín, que mitigaba los gritos de cólera de Ashlynn.
No sabía cuánto rato había permanecido así. Podría haber dicho que eran días, horas, o minutos, sin saber con exactitud la respuesta. Solo supo que un ruido en el umbral de la puerta la hizo levantarse.

- ¿Quién es?

Las sombras cubrían la silueta alta y delgada que caminaba hacia ella. Ashlynn cogió el espejo para tener algo con lo que defenderse, aunque dudaba que un trozo de cristal sirviera de mucho.

- ¿No me reconoces, Ashlynn? ¿No me querías tanto?

Ashlynn retrocedió sin entender nada, con el espejo entre ella y el intruso. Cuando la sombra se colocó a la luz de la antorcha se descubrió su identidad.

Dunkel.

- Dunkel, ¿cómo has llegado hasta aquí?

- Ashlynn, te conozco desde pequeña. Siempre he sabido dónde estaba tu cuarto - sus manos se posaron a la cinta de la máscara, y empezó a desatarla con ritmo acompasado, sin dejar de avanzar.

Ashlynn no dejo de retroceder. Pronto llegaría hasta Heit y el balcón de piedra.

- Dunkel. Sal de aquí. Mi padre…- pero Ashlynn se quedó sin respiración. Dunkel se había quitado la máscara, revelando un rostro blanco como la nieve. El mismo rostro de piedra que su estatua, Heit, tenía – No puede ser… ¿Heit?

Se giró adivinando lo que encontraría. Heit no estaba allí. Cuando se volvió, Dunkel estaba a centímetros de su rostro.

- Así es, mi querida Ashlynn. Dunkel, Heit, Dunkelheit, lo que prefieras.

La chica aguantó la respiración de la turbación. Temblaba de miedo, de angustia, porque a pesar de ser Heit, no era él. No era la estatua a la que ella amaba. Con rapidez, estampó el espejo en la cabeza de Heit. El vidrio le salpicó la cara, haciéndole leves cortes. Heit sin embargo, no se inmutó. Pero al girar la cabeza produjo el sonido de piedra contra piedra.
Heit la cogió por los brazos y la lanzó balcón abajo, acabando con sus sueños a medianoche.


Abrió los ojos y se incorporó de golpe, con violencia, respirando entrecortadamente. Las sábanas estaban arrugadas en torno a ella, como en su sueño. Pero esta vez sabía que se había movido, porque tenía perlas de sudor por el cuerpo, como si hubiese corrido quilómetros. Fuera era todavía oscuro, pero los pájaros empezaban a cantar, así que pronto vendría la criada con el desayuno a despertarla. Se dejó caer a la cama y se fregó los ojos, para quitarse la pereza. Esta vez recordaba a la perfección toda su pesadilla.
Dunkel, Heit, el baile de máscaras… Era difícil de creer que lo había soñado todo. Sabía que el miedo había sido real, porque aún lo notaba en sus venas, pero no había otra explicación posible. Miró hacia el balcón, esperando ver al Heit de piedra. Pero lo que vio fue a un Heit de carne y hueso, con una sonrisa amplia en la cara y color en las mejillas. Por alguna razón, Heit no le infundió miedo ni desconfianza, solo una cálida sensación de reconocimiento y afecto.

- Heit.. ¿Eres tú, Heit? ¿Eres tú de verdad? - Heit asintió y separó los brazos. Ashlynn corrió hacia él y se fundieron en un abrazo de verdad, acogedor.

Ashlynn abrió los ojos y vio, por encima del hombro de Heit, un cielo rubí, con una luna carmesí al centro. Pero por alguna razón que no lograba recordar, no le importaba. Sonrió mientras cerraba los ojos y se aferraba a Heit como si fuera su única salvación.






Alemania


Viveka tocaba el arpa con los ojos cerrados, disfrutando de los sonidos arpegiados que las cuerdas producían. Sus manos, blancas como la nieve, se movían con agilidad y destreza, rápidamente. Casi no se distinguían las puntas de sus dedos.
La puerta de su habitación se abrió al mismo tiempo que Viveka tocaba una nota errónea en el arpa. Crispó su boca en una mueca de enfado y aún con los ojos cerrados, habló.

- Creo haber dejado claro que no quería que me molestaran.

Abrió los ojos y los fijó en la persona que había entrado, uno de los criados. El susodicho se encogió de miedo ante la fuerza que destellaba la mirada de Viveka, porque a pesar de tener los ojos muy claros, herían como la más afilada de las navajas.

- Lo siento, se..señorita Viveka. Han traído u-un regalo pa-para usted - tartamudeó.

Viveka se levantó del sillón del arpa y fue hacia la chimenea, moviendo la madera para avivar el fuego.

- ¿Qué tipo de regalo?

- U-uno del rey de Fra-ancia. Di-dice que perteneció a su-su hija.

- Traélo.

El criado hizo una torpe reverencia y se fue. Viveka alzó los ojos al cielo, y se recordó que debía comentarle a su madre la incompetencia de sus criados. Al cabo de cinco minutos entró el criado con una figura de la medida de un hombre tapada con una manta roja. La dejó al lado de la ventana y le entregó a Viveka una carta que leyó en voz alta.

- Querida señorita Feuerstelle.

“Ha llegado hasta mi reino la noticia de que pronto seréis reina. Primero de todo desearía darle mi más sincera enhorabuena, y desearle un futuro próspero y triunfante. Le doy este regalo, que perteneció a mi fallecida hija, como regalo de coronación. Espero que lo disfrute tanto como parecía disfrutarlo mi hija.”

“Larga vida a la reina Viveka, se despide

El rey Nuée, de Francia”

Viveka miró el gran cuerpo oculto por la sábana grana, notando como la curiosidad bullía en su interior.

- Posdata: el escultor decidió ponerle nombre al muchacho de piedra y pidió explícitamente que jamás se le cambiara. Se llama Dunkelheit.

Caminó hasta la estatua y tiró de la manta. Apareció un chico de piedra con expresión triste en los ojos y una postura relajada pero abatida. Viveka giró la cabeza a un lado y sus ojos escrutaron la piedra.

- Qué peculiar… ¿Dunkelheit no es oscuridad en estas tierras? –preguntó al criado sin apartar la vista de Heit. El criado farfulló un sí, asintiendo con fuerza repetidas veces. Viveka suspiró - ¿Qué me espera contigo, Dunkelheit?

Y aunque Viveka no lo percibió, los labios de Heit se curvaron en una sonrisa.


dimecres, 8 d’octubre del 2014

2. Sueños, Segunda parte - Cuentos para Guewen

¡A leer se ha dicho!

Sueños, Segunda Parte


-Señorita Ashlynn, despierte. ¡Son más de las once! Debe arreglarse para la cena con el rey y antes debe almorzar y comer... ¡Despierte!

-Cinco minutos más..

La criada suspiró y fue a preparar el agua para el baño. Ashlynn se desperezó bajo las sábanas, con los ojos aún cerrados. Quería guardar las sensaciones de su sueño antes de que olvidara las imágenes, pero jamás lograba retenerlas más de un minuto. Lo último que pasó por su mente antes de abrir los ojos fue un cielo teñido de rojo escarlata.
La seda dejaba pasar un poco de luz que le pintaba la cara de un azul pálido. Se destapó y la criada, Eva, le trajo el desayuno a la cama. Comió con calma, disfrutando al ver los nervios de Eva por la tardanza. Después dejó que la ayudara con el baño, que le desenredara el cabello y le frotara los pies con una esponja. Cuando finalmente se quedó sola, después de que Eva le hubiese puesto un vestido verde de gala y le hubiese obligado a comer, fue al ventanal de su balcón. Allí estaba Heit con su aire melancólico y la mirada muerta.

-Buenos días, Heit - le depositó un beso en la mejilla -. Al menos puedo disfrutar de ti en los sueños. ¡Lo que daría por vivir en ellos!

Fue hasta al tocador para coger el colgante que su padre le había regalado y se tropezó con unos ojos marrón cálido, claros como la miel. Eva le había recogido los tirabuzones castaños en un perfecto moño. Ashlynn sonrió a su reflejo y con una mano se quitó las horquillas, dejando que el pelo le cayese por los hombros. Eva se iba a enfurecer.


Bajó por la tarde dando saltos por las escaleras de mármol de su torre hasta llegar al vestíbulo principal. Estaba plagado de antorchas apagadas, y la única luz que permitía ver algo provenía de los altos ventanales de la sala. La estancia estaba repleta de personas vestidas con traje, elegantes capas y máscaras que les tapaban la cara.

-¡Señorita Ashlynn! Debe ponerse la máscara de inmediato, o el rey se enfadará. Creo que la tengo…-Eva empezó a rebuscar entre los bolsillos de su delantal y en cuanto alzó la vista adoptó una cara de sorpresa y horror-¡Oh! ¡Señorita Ashlynn! ¿Qué ha hecho con su pelo?- alargó los brazos hacia la chica, pero esta se zafó de ella y se apresuró a perderse entre la gente.

Cuando estuvo segura que había despistado a Eva, empezó a tranquilizarse y ralentizar el paso. Caminó con firmeza esquivando invitados y saludándolos al mismo tiempo. Entonces sus ojos se toparon con unas máscaras de filigrana colgadas en la pared, a modo de decoración. Estaban situadas encima de la chimenea del salón y nadie parecía pendiente de mirar si alguna de ellas desaparecía. Ashlynn se dirigió con sigilo a las máscaras y elevó el brazo para coger una, pero no era suficiente alta. Se puso de puntillas en un inútil intento de tomar el antifaz. Ya no podía coger otra: no se reiría de ella un artilugio sin vida. “Pero Heit tampoco tiene vida,” dijo una voz en su cabeza, “y sin embargo no lo tratas como algo muerto.”
Cuando lo intentó por última vez y sus dedos rozaron la punta, una mano la cogió por ella y se la tendió.
Ashlynn la cogió con recelo. Un chico de cabello rubio vestido de negro apartaba la mano y se la colocaba detrás de la espalda. Lucía una máscara completamente blanca que tapaba todo su rostro y solo dejaba paso a unos ojos verde oscuro, como los cipreses del bosque de enfrente.

- Gracias.



Con cariño, Maraya

dilluns, 6 d’octubre del 2014

Un día de lluvia

He oído muchas veces que la lluvia baja los ánimos, que cuando llueve "hace mal día" y que los días de lluvia son una mierda. Pues bien, a mi no me lo parece. Al contrario que muchas personas, un dia de lluvia me pone de buen humor y puede cambiar mis ánimos al instante.

 Cuando llueve una sensación acogerdora de cobijo y tengo ganas de saltar, de bailar bajo la lluvia, de gritar, de correr, de reír y llorar, de abrigarme y de dejar que las gotas de agua mojen mi rostro. Sonrío como una idiota, o una maníaca, depende de la persona que lo juzgue, miro al cielo en busca de relámpagos y paro mis orejas a la espera de los truenos, Mi interior vibra con el choque de las nubes, como si fuera una más, como si fuera etérea y capaz de volar. Y asimismo me invade el miedo y la adrenalina, una valentía inusual en mí se abre paso entre mis pensamientos más tristes y arrastra consigo la alegría y lo que podría ser un minúsculo instante de placer y felicidad.

Así que para mi los días que llueven no son malos días, ni son una mierda ni me bajan los ánimos. Y ahora que mi pueblo se inunda día tras día noto que estoy más contenta, más alegre, más dispuesta a comerme el mundo y no a dejar que este me empequeñezca a mí.

Tenía un aspecto, un aspecto... El aspecto de un rey que posee un tesoro sin valor para los demás pero muy importante para él.
Las ardillas de Central Park están tristes los lunes 
"You're crying."
"I'm not."
"Right," he said mildly. "I suppose you got rained on"
Bitterblue
¿Tu ves un universo entero en esta única gota de agua?
Werner Herzog

Con cariño, Maraya 



dissabte, 4 d’octubre del 2014

Idiota a temporadas

Hoy he sido idiota. Muy idiota.
Dentro de poco Ed Sheeran hace un concierto en Barcelona y a mi mejor amiga le encanta así que decidimos comprar las entradas. Me hacía mucha ilusión ir con ella al concierto. Aún me hace ilusión.
Pero he sido idiota, muy idiota, porque al mirar las fechas para comprar un vuelo hasta Paris se me ha pasado por alto el dia del concierto y he comprado uno cuya fecha de regreso es el día del concierto a las once de la noche.

Ahora mismo me estoy odiando mucho...
Espero poder hacer algo al respecto.
Perdona Ruflas.


Maraya.

2. Sueños, Primera parte - Cuentos para Guewen

Soy horrible, lo sé. No he logrado continuar el primer cuento cómo a mí me gustaría, ni los otros, pero por esa razón he decidido publicar uno que ya esté acabado y así poder actualizar con regularidad. Creo que voy a tener que organizar más bien mi tiempo para poder ser constante con este blog, porque ganas no me faltan. Así que aquí está el segundo cuento de Cuentos para Guewen redirigidos a Ariel, a pesar de que el primero no tenga aún final - por experiéncia sé que me cuesta mucho empezar por el principio. 

Este cuento es el relato más espontáneo que he escrito y acabado, y fue durante la época que Guewen era algo parecido a mi editor y entre broma y broma salió esto. No es un cuento como los demás ya que no hay ningún personaje llamado Guewen, pero está dentro de la lista porque seguramente es el que más le pertenece. Realmente estoy orgullosa del resultado, porque era en ese entonces una gran cantidad de páginas y porque lo escribí del tirón, en un día, sin dudar sobre lo que estaba tecleando. 

Se llama Sueños. Es un réquiem a aquellos sueños que entonces tenía y aquellos que todos hemos tenido y se han quedado en el olvido. ¡A leer se ha dicho!

Sueños, primera parte

Francia
Abrió los ojos con el primer rayo de sol que se coló por su balcón. Las sábanas estaban arrugadas en torno a Ashlynn, formando irregulares pliegues de seda azul. No había cambiado la postura con la que se había dormido la noche anterior, pero el estado de las mantas indicaba que no había pasado una noche tranquila. Se incorporó y salió de la cama. El frío de la piedra en el suelo le produjo un escalofrío que la sacudió de los pies a la cabeza. Caminó hasta el halo de luz que se reflejaba en la piedra y notó que allí la temperatura era más templada, menos gélida.
Levantó la mirada y encontró unos ojos grises de roca, deteriorados por el tiempo. Pertenecían a una estatua situada en el centro del balcón de Ashlynn, una estatua que había permanecido allí tanto tiempo que su memoria no lograba recordar cuando no había estado. Retrataba un chico alto y delgado, con una expresión triste en los ojos y una postura relajada pero abatida. Siempre se había maravillado al ver tanta belleza en algo muerto, sin energía ni identidad. A veces le hablaba cuando se sentía sola o infeliz, explicándole todos sus males como si la piedra pudiese cobrar vida y contestarle. Poco a poco el chico de piedra fue un amigo para Ashlynn, alguien en quien podía confiar y que nunca iba a fallarle. Aún así, sabía que se engañaba, porque un trozo de roca jamás podría proporcionarle la sensación del calor humano, de las caricias, o el cariño. Por eso mantenía su relación con la estatua en secreto, para que nadie sospechara que era demente, aunque ella misma empezaba a dudar que no fuera verdad.
Alzó la mano y la posó en la mejilla inerte del chico. Rozó con las yemas de los dedos la superficie rugosa y áspera esperando una señal que le indicara que estaba vivo, que también estaba con ella.
Pero no paso nada.
Cerró los ojos con fuerza para reprimir la lágrima que amenazaba con caer y crispó la mano en un puño.

 Heit, por favor, despierta…-el chico le devolvió el silencio más frío que jamás le había dirigido.

Entonces Ashlynn hizo algo que nunca antes había osado hacer. Rodeó con su brazo el cuello del chico, de piedra. Dirigió sus labios a los del chico, de piedra. Pero cuando le besó, él ya no era de piedra, era de carne y hueso, humano, con el pelo sacudido por el viento. ¿Viento? Ashlynn no recordaba que soplase el aire antes de besar a Heit, pero por alguna razón eso ahora no importaba. Cerró los ojos y dejó que Heit la cogiera por la cintura. Y cuando se separaron, oyó por primera vez la voz del chico de piedra.

- Ashlynn..

Tenía la voz como siempre había imaginado, grave pero melódica. Abrió los ojos para mirarlo a la cara y vio entonces algo que disipó la nube de felicidad en la que se había instalado.
El cielo era de color rojo.


Con cariño, Maraya.



diumenge, 7 de setembre del 2014

1. Hero of war - Canciones escritas

Este fue el primer cuento que escribí a partir de una canción y nunca lo he acabado. Espero que pueda hacerlo con este blog y así sentir que no lo he dejado de lado. 
La canción es Hero of war, de Rise Against, y trata sobre la guerra. Aunque en la canción no se especifica dónde ni cuándo ocurre, yo situé la historia en la Guerra del Vietnam.
La letra de la canción es dura, y no tuve intención de hacer el cuento más alegre. La historia es la que es, y no voy a ponerle final feliz porque crea que es cruel. Mi protagonista, George, se deja influir por sus compañeros y no es más buena persona que como lo describe la canción.
¡A leer se ha dicho!


Hero of war, Rise Against
He said "Son, have you seen the world?

Well, what would you say if I said that you could?

Just carry this gun and you'll even get paid."
I said "That sounds pretty good."

Black leather boots

Spit-shined so bright

They cut off my hair but it looked alright
We marched and we sang
We all became friends
As we learned how to fight

A hero of war

Yeah that's what I'll be

And when I come home
They'll be damn proud of me
I'll carry this flag
To the grave if I must
'Cause it's flag that I love
And a flag that I trust

I kicked in the door

I yelled my commands

The children, they cried
But I got my man
We took him away
A bag over his face
From his family and his friends

They took off his clothes

They pissed in his hands

I told them to stop
But then I joined in
We beat him with guns
And batons not just once
But again and again

A hero of war

Yeah that's what I'll be

And when I come home
They'll be damn proud of me
I'll carry this flag
To the grave if I must
'Cause it's flag that I love
And a flag that I trust

She walked through bullets and haze

I asked her to stop

I begged her to stay
But she pressed on
So I lifted my gun
And I fired away

And the shells jumped through the smoke

And into the sand

That the blood now had soaked
She collapsed with a flag in her hand
A flag white as snow

A hero of war

Is that what they see

Just medals and scars
So damn proud of me
And I brought home that flag
Now it gathers dust
But it's a flag that I love
It's the only flag I trust


He said, "Son, have you seen the world?

Well what would you say, if I said that you could?"


Hero of war

- Hijo, el mundo no acaba en esta sucia taberna y este pueblo pobre. Hay muchas cosas que no has visto - el hombre dio un trago largo a la cerveza, mientras George se lo miraba detrás de su copa medio vacía. Después dejó la jarra, que produjo un golpe sonoro al tocar la superficie de la barra, y se pasó la manga del abrigo por la boca -. Dime, George, ¿no te gustaría conocer mundo?

- Desde luego que sí.-repuso George, joven entre un mar de adultos.

No tenía la edad suficiente para entrar allí, pero eso no había sido un problema las muchas otras veces que se había sentado en ese mismo taburete. Sus ojos miraban el entorno con una firmeza no propia a su edad y una curiosidad que a menudo lo colocaba en una situación arriesgada. Unos finos dedos tamborileaban la madera oscura y pringosa de aquel lugar, mientras con la otra mano aguantaba el peso de su cabeza. Oía el ir y venir de las personas que concurrían el bar, el tintineo de las copas al chocar, las conversaciones ensordecedoras y estridentes de los clientes. El propietario del bar se hallaba en una esquina de la barra, pendiente de una pequeña televisión en blanco y negro que se apoyaba en una tabla en la pared opuesta. Cabellos blancos sobresalían de su cabeza y las manos estaban surcadas por venas azules y manchas de la edad. Secaba con ritmo acompasado los cristales de los vasos, alguna que otra vez sin mirar siquiera. George suspiró aburrido.

- Pero no es algo que me pueda permitir con lo que cobro en la fragua.

El hombre, cuyo nombre ya había olvidado, esbozó una siniestra sonrisa torciendo la cabeza. Lucía un enorme chaquetón negro que lo cubría de los pies a la cabeza y tenía una pose curvada, con los hombros caídos. Entre sus manos hacía girar un ostentoso anillo de plata que habría podido mantener a toda su familia.

- ¿Qué me dirías-preguntó de repente- si te dijera que puedes hacerlo?

- Que está usted loco -. el hombre echó atrás la cabeza y soltó una carcajada.

- Tal vez. Pero cuando voy ebrio es cuando más sentido común tengo -volvió a llevarse la jarra a los labios, pero esta estaba vacía y la dejo con cara de decepción -. Deja de tratarme de usted y dime una verdadera respuesta.

George frunció el ceño.

- No tengo el conocimiento de un viaje que valga diez dólares, con todo incluido. E incluso eso no sé si podría permitírmelo.

- ¿A qué estarías dispuesto, muchacho?

George se encogió de hombros y dio un trago a su bebida. El hombre sacó unos papeles del bolsillo interior de su chaqueta y pidió, mediante gritos, un bolígrafo decente. Deslizó el montón por encima de la madera hasta situarlo delante de George y que pudiera leerlo.

Uno de los papeles era un anuncio que George había visto otras veces, pero nunca había parado atención más de dos segundos para poder leer realmente las grandes letras rojas. “¿Quieres ser un héroe de guerra?”, había escrito encima de una imagen de un hombre con la bandera de Estados Unidos, un rifle, una amplia sonrisa en la cara y una multitud rodeando y despidiéndolo con la mano. Los papeles restantes eran un contrato claro para alistarse a la guerra.

- Solo debes sujetar un arma y además, cobrarás. ¡Viajarás por países del que nunca has oído el nombre y no tendrás pagar por ello! ¿Qué me dices?

George cambió el peso de su cuerpo, la silla se tambaleó y se apoyó en la pata contraria. Uno de los soportes era más corto que los demás y le provocaba una sensación de caída que le subía la adrenalina por los cielos. Tamborileó una vez más los dedos antes de coger el bolígrafo y sonreír al hombre de su lado.

- Eso suena muy bien. 






Con cariño, Maraya