diumenge, 1 de febrer del 2015

6. El hombre del rostro cambiante, Primera parte - Cuentos para Guewen



- Guewen, ¿quieres que te cuente una historia?

El pequeño niño de ojos castaños desvió la atención del río para mirar a su compañero, el hombre vestido con ropas deshechas que vivía bajo el río. Asintió con fuerza, expectante hacia la nueva historia que le contaría su amigo.

El hombre le miró con cariño y tras unos segundos prosiguió a contarle el relato.

- Se dice que estos barrios existe una persona especial, una persona capaz de cambiar de aspecto si así lo desea. Cuentan que se le ha visto con más de cien rostros diferentes, y que cada vez que cambia, la luna llora porque tendrá que empezar su búsqueda de nuevo.

- ¿La luna llora, Bansan?- preguntó curioso el niño.

- Pues no lo sé, niño, pero si no me dejas no podré continuar la historia - Guewen se tapó la boca con las dos manos, acto que hizo reír a Bansan.

- Y la luna, entristecida - el hombre miró al pequeño indicándole que no interrumpiera -, baja y cobra forma humana para poder encontrarle una vez más. Y los mortales, que no comprenden que la luna está triste, buscan explicaciones astrológicas a este hecho y lo llaman eclipse, cuando en realidad, la luna vaga entre ellos con dos piernas y la tez blanca.

El niño, sin dejar de mirar a Bansan, empezó a arrancar plantas que crecían al borde del río. El hombre supo que Guewen se moría de ganas de preguntar algo acerca de la historia, y con un suspiro, dijo:

- Dime, Guewen.

- ¿Cómo es la luna en forma humana?- preguntó entusiasmado.

Bansan dudó antes de contestar, pero los ojos del niño brillaban de una forma distinta a la usual. Estaba emocionado y quería conocer todo sobre la luna y el hombre cambiante.

- Es…- buscó la manera de decirlo, pero las palaras se atragantaban en su boca -. Es hermosa.

- ¿La has visto?- el hombre sonrió con franqueza, a pesar de la espesa barba que le tapaba medio rostro.

- De hecho, sí. Coincidí con el hombre cambiante una vez.

- ¿Cómo supiste que era él?

- Porque a su lado estaba la criatura más pura que jamás había visto. Era blanca y brillante, humana y no lo era. Su cabello caía como finas hebras plateadas hasta el suelo, y su piel era como el reflejo de la luna en el agua, transparente y pálida, cándida. Cuando la vi, yo estaba viviendo aquí, bajo el puente, observando el eclipse que me había pillado desprevenido.

- ¿Y qué hizo?- preguntó el niño en un susurro.

- Ella… tocó la frente del hombre cambiante y cuando lo hizo, un destello me cegó. Después todo volvió a la negrura de la noche y lentamente, la luna volvió a su lugar.

Guewen aspiró con fuerza y volvió a mirar las aguas que corrían río abajo.

- ¿Qué pasó con el hombre cambiante?

- No lo sé. Cuando volví a adaptarme a la noche, él ya no estaba.

- ¿Crees…crees que la luna lo ha matado?- la voz del niño sonó temblorosa, un susurro.

- La verdad, no lo creo. La luna no es la clase de persona que mataría al hombre cambiante. Más bien creo -dijo tras una pausa -, aunque es mi humilde opinión, que está enamorada de él, y por eso se esfuerza en bajar a buscarlo cada vez que ha cambiado.

Bansan le pasó una mano por el cabello rubio a Guewen, alborotándolo.

- Pero no te preocupes por él, Guewen. Estoy seguro de que se las apaña bien.

El niño le apartó la mano entre risas y sacó los pies del agua. Se estaba haciendo tarde.

- Bansan, tengo que irme. La señorita Tessa me estará buscando.

Bansan sonrió, como cada vez que Guewen se marchaba, a modo de despedida. El pequeño corrió hasta la calle,y unos metros por encima de Bansan, gritó:

- ¡Bansan! ¡Algún día lograré ver la luna yo también!

Y a pesar de que él ya no le escuchó, Bansan respondió con voz triste.

- Sí, algún día lo harás.


Con cariño, Maraya