¿Adónde va tu sombra por la
noche, mientras duermes?
Cuando uno se va a dormir y apaga
la luz, siendo todo oscuro y silencioso, no sospecha que a pesar de la escasez
de luz su sombra aún prevalece, latente, a la espera de que el sueño se lo
lleve y poder alejarse con plena libertad. Bien, ahora ya lo sabes, Guewen.
¿Pero dónde se dirige?
Hay varias teorías sobre ello. Unos
dicen que depende del carácter de la persona: si le gusta frecuentar bares, su
sombra reproducirá sus pasos; otros, totalmente lo contrario: que las sombras
tienen su propio carácter, como entes independientes. Hay quien dice que vagan
por las calles sin rumbo fijo, tan solo dejándose mecer por el viento. Que se
colocan en las zonas luminosas para poder verse. Que se esconden tras la
oscuridad más profunda para poder dormir. Que ni tan solo salen, solo
desaparecen.
Pero eso no es cierto. ¿Qué cómo
lo sé? Por qué las he visto.
Había perdido la noción del
tiempo hacía horas, o minutos. Lo que sé es que era un momento entre las cinco
de la mañana y la salida del sol: la hora en que sentí la necesidad de ir hasta
el puerto y la hora en que volví.
Lo que me llevó hasta allí lo
ignoro. Quizá estaría demasiado dormida para pensar con claridad pero no lo
suficiente para que mi sombra se largase. Así que en lugar de quedarnos ahí nos
arrastramos hasta el puerto. Quizá mi sombra es muy impaciente. Eso no lo sé.
Pero a medida que llegábamos pude reconocer que
había seres que nos acompañaban: rincones de la calle que eran más oscuros y
caminaban con nosotras, hacia el mismo destino. Aunque en ese momento lo
achaqué al cansancio, poco a poco me di cuenta de que tenían su propia
fisonomía y su propio andar. Algunas incluso parecían reír. O eso me pareció
ver entre mis ojos achinados.
Hasta que llegamos al puerto y no
me cupo duda alguna de que se trataba de sombras. Sinuosas siluetas oscuras que
se sentaban en el muelle, que hablaban silenciosamente y reían sin sonido.
Sombras que se reunían a ver el amanecer, como comprobé momentos después,
cuando todas hubieron llegado y se quedaron muy quietas a ver como la luz del
sol les bañaba el ¿rostro? Y como se ensanchaban sus ¿espaldas? Y como el
amanecer les daba vida. Eso es. Vi el amanecer revitalizar a las sombras de
todos los soñadores.
Pero el sol avivaba las sombras y
me despertaba a mí, y a medida que me despertaba, las sombras se iban
difuminando, hasta que el sol salió por completo, mis ojos se abrieron, y solo
estábamos yo, el amanecer, y mi sombra.
Esto solo lo he visto ocurrir en
singulares ocasiones. Y como todos, mi teoría es esta: que nuestras sombras se
reúnen cuando todos dormimos para ver los amaneceres más bonitos desde el
puerto.
¿Te he dicho ya que soy
sonámbula?
Con cariño y ganas, Maraya