Para
ti, nuevo lector. Nueva lectora.
Esto
es una carta de aviso, o de recordatorio. Para mí más bien, pero
eso qué más da. Recordatorio de lo que debo hacer, que es acabar mi
proyecto, y también de lo que ya dije una vez, que no suelo acabar
las cosas.
Pero
atrasarlo solo hace que siga sintiendo a Guewen rebelarse, porque su
historia no tiene un final (aunque digo yo, ¿para qué quiere
acabar?). Sus palabras claman ser escritas, como aquel que tras
tirarse por un precipicio siente la necesidad de plasmar la esencia
de la escena, como aquel que se desnuda frente a la página en
blanco. Figurada o literalmente; como lo que realmente vale la pena.
Un
regalo para ti, nueva lectora. Nuevo lector.
Un
secreto y un cuento:
Por
irónico que parezca, no hay reglas escritas en lo que escribir
concierne.
Sin
más dilación, ¡a leer se ha dicho!
La
chica que siempre cantaba la misma canción.
Lo
que solía decirme, era que el simple hecho de rasgar unas palabras
en un papel, ya era esfuerzo suficiente para considerarte "escritor".
Yo prefería el término "proyecto de", pero aún así ella
era escritora en mayúsculas. Quizás eso lograba lograba que yo me
sintiera más "proyecto de escritor, bien encarrilado", y
no "proyecto de escritor, futura patata".
Porque
cuando ella no estaba cerca y dudaba de mi mismo, así era como me
veía; después sus palabras resonaban en mi mente y lograban sacarme
de la cabeza la imagen de mí mismo convertido en túberculo, sin
capacidad de escribir, ni tan solo expresarme.
-
«Voy a bailar hasta que la luna se canse de mí»
Era
escritora, de música y vidas al mismo tiempo. Siempre bailaba al son
de la misma canción, en esas noches cortas de verano vestidas con
faldas vaporosas y bermudas chillonas. Canción que parecía no
acabar nunca, o siempre se repetía, pero nadie quería que llegasen
las últimas notas de sus compases, y con ellas el final de la noche.
Noches
como esas deseaba que sencillamente la ropa no existiese: no con
segundas intenciones, pero toda barrera física estorbaba en noches
donde lo que brillaba eran las voces.
-
«No temo mostrar mi voz: mi voz es mi conciencia, y mi conciencia
solo una extensión de mi. Yo soy mi voz»
«Guewen
tu eres la tuya: no temas escribir todo aquello que inquiete tu
corazón quieto. Tu voz tiene un color muy bonito»
Yo
temía decirle que las noches de verano son aquellas cuando la luna
se cansaba antes de nosotros, que mi voz no era tan fuerte que la
suya, y que su única canción llenaría muchas más mentes de lo que
jamás harían mis escritos.
Y
entonces desapareció.
Supongo
que eso es lo que hacen las mentes brillantes: tarde o temprano se
aburren de lo mundano, y te dejan perdido para que tu rehazcas el
camino, ignorando si puedes o no, si lo logras o no. Ignorándolo
todo. Todo.
Pero
mi yo se hizo escuchar. Escribiendo de ella logré escucharme a mi
mismo, y sentí que mi voz me gustaba, y que no me daba miedo
compartirla. Entendí lo que ella quería decirme, porque a ella le
daba igual lo que el mundo pensaba sobre su voz, pero no lo que ella
sentía al cantarla.
De
vez en cuando, en la playa, se oye una canción lejana que atrapa a
todas los infelices suertudos que sin saberlo (menos yo) asistíamos
a un espectáculo sensorial. Entonces, en esos instantes, mientras
creía que la canción no acabaría, cerraba los ojos, y mi voz
sonaba junto a la de ella. Junto a la de todos.
En
momentos de pleno augurio es cuando me oigo mejor a mi mismo, cuando
todos somos presos de la chica que siempre cantaba la misma canción.
Murderers, John Frusciante |